Alfredo “Fredy” Cevallos, el sanjuanino que encontró su lugar en la inmensidad de las montañas
- Rosario Cuadros Tornello
- 23 nov 2023
- 7 Min. de lectura
A pesar de su bajo perfil, es uno de los montañistas más experimentados de la provincia. En 2007, alcanzó una cumbre de 8064 metros en el Himalaya, para lograr ese hito construyó una relación de más de 20 años con su pasión: “la montaña te hace sentir un poder sobre vos mismo que yo disfruto mucho”.

Alfredo Cevallos es ingeniero agrimensor de profesión, montañista -o montañero quizás- de alma. Fredy, conocido así por la mayoría de la gente, vive el montañismo como una actividad integral, como un encuentro con la naturaleza que traspasa las barreras del deporte. Allí, el concepto de competitividad se presenta únicamente como un desafío ante sí mismo y las altas formaciones rocosas que inundan muchos paisajes alrededor del mundo.
-¿Cuál es el origen de tu relación con esta actividad?
-Mi padre nos llevaba a la montaña, íbamos a la cordillera o a lugares alejados y a mí me gustaba ir al campo, pero lo que me marcó fueron los campamentos infantiles que organizaba el Club Andino Mercedario. Éramos muchos chicos de la misma edad y pasábamos una noche en un campamento próximo a la ruta acompañados por un coordinador. La invitación al campamento llegaba por correo en una carta a mi nombre. La primera vez que fui, con 9 o 10 años, me pareció una experiencia maravillosa.
El Club Andino Mercedario fue fundado en 1945 y hasta el día de hoy es el mayor semillero de montañistas de la provincia. Fredy se unió en el ‘88, después de su primer acercamiento a la escalada gracias a la insistencia de un amigo. Fue un amor a primera vista que comenzó a los 20 años “cuando probé escalar en roca y no paré nunca más, me chupó la vida. No pensaba en otra cosa y dedicaba todo mi tiempo libre y esfuerzo en hacer algo relacionado con la montaña, lo que fuera. Realmente me fascinó en todo sentido”, recuerda Alfredo.
-O sea que con 20 años podés empezar a escalar perfectamente.
-Y con 40 también.
La seguridad de sus palabras podría convencer a cualquier persona de que no es tarde para generar lazos con la montaña porque “en el montañismo la cancha la elegís vos y la dificultad también. La vas a pasar bien en tanto y en cuanto te propongas tus propias metas”.
Alfredo logró lo que muchos desean: articular su profesión con su pasión. En su carrera como ingeniero agrimensor pudo encontrar espacios en común para desarrollar su hobby. Al contrario de lo que uno pensaría, confiesa que la elección de la carrera fue anterior al conocimiento del maravilloso mundo de la montaña. “Estando en Veladero trabajaba en el horario que tenía que laburar, pero el resto del tiempo subía el cerrito que estaba atrás del hotel e iba al gimnasio todos los días. Entrenaba duro y alcancé a tener un estado físico espectacular”, comentó.
De Argentina, los primeros
La constancia en el entrenamiento le permitió alcanzar, junto a Federico Sacchi, la cumbre del Shisha Pangma, un gigante rocoso de 8046 metros de altura ubicado en el Tibet. En 2007 y del otro lado del mundo, los sanjuaninos encararían la hazaña al estilo alpino: “El estilo alpino es como ir a escalar a los Alpes, con tu mochila y tu cuerda. Todo lo que vayas a usar para subir y bajar lo llevas vos y tu compañero”. Antes de partir hacia oriente, leyeron, estudiaron, planificaron y consiguieron el apoyo de algunas empresas de la provincia para equiparse con lo necesario y viajar.
Lamentablemente, no era solo cuestión de voluntad humana; la naturaleza siempre impone sus propios tiempos. Habiéndose instalado en uno de los campamentos para comenzar la subida los sorprendió una gran nevada que los obligó a pausar el ritmo y casi abandonar el desafío -iban a perder el vuelo de regreso-. Sin embargo, familiares y amigos les dieron el visto bueno para terminar lo que habían comenzado y aprovechar el favorable pronóstico de los días siguientes. De un momento a otro, la nieve dejó de tapar el sol y se pusieron en marcha para reunirse con el equipamiento que habían dejado arriba. Desprovistos de su calzado técnico, subieron en “zapatillitas nomás a desenterrar la carpa bajo nieve, a laburar como locos”. Al día siguiente dejaron secar las cosas y, sin preámbulos, esa misma tarde subieron hasta el pie de la pared principal.

Nada podía sacarlos del eje. Tantas eran las ganas de alcanzar el objetivo propuesto que decidieron emprender camino hacia la cima cuando el sol aún no iluminaba ni calentaba la superficie de la montaña. “Nuestra idea era subir en el día hasta la cumbre, cosa difícil porque los que habían abierto la vía la habían subido en tres días. Nosotros íbamos muy livianos así que pensamos que se nos podía dar. Nos entró la ansiedad y empezamos a escalar ese día a las 10 de la noche. Salimos a esa hora para descansar un poco más y pasamos a las 2 de la mañana por el campamento de otro grupo que estaba subiendo. Seguimos escalando y al amanecer pasamos la franja más difícil. Si seguíamos íbamos a hacer cumbre de noche pero, por el frío, no era conveniente. Entonces, buscamos un lugar apto y con una pala que llevábamos hicimos una cueva en la nieve para pasar la noche ahí, a unos 7000 metros de altura”.
Al alba retomaron la marcha para concretar lo planificado y alcanzar esa cumbre ideada desde San Juan. La constancia en el ritmo llevó a que fueran los primeros de esa temporada en llegar a la cima. Para los sanjuaninos “fue súper emocionante y gratificante. Después de semejante esfuerzo fue realmente espectacular”. La realidad es que no solo fueron los primeros de la temporada en lograrlo, sino que se convertirían en los primeros argentinos en hacerlo.
La contracara de subir
Dos años después de tocar la cima, Fredy tendría un desencuentro con la montaña que terminaría en un pedido de rescate por teléfono satelital. Una hazaña sin precedentes -que hasta el día de hoy nadie ha superado-, en el punto más alto de la provincia de San Juan, estaba en la mente de Cevallos desde años atrás. Lamentablemente, y encaminado a superarlo, el montañista tuvo una gran caída que lo obligó a ponerle pausa a los grandes desafíos por un tiempo.
-En 2009 tuviste un accidente en el Cerro Mercedario, ¿qué pasó?
-Mirá, lo importante en la montaña es no perder el foco de dónde estás. Yo estaba muy bien, muy motivado, pero mi compañero no estaba en las condiciones perfectas porque no se sentía totalmente aclimatado. Subiendo, nos paramos en un escalón donde había una dificultad importante; era medio jugado seguir. Miramos hacia arriba y vimos que la pasada estaba áspera. Si la atravesábamos no podríamos volver por ahí y tendríamos que regresar por el lado fácil, que era mucho más arriba. Además, íbamos sin cuerda porque se suponía que subíamos sobre nieve dura hasta arriba y en ese tipo de nieve podíamos escalar bien. Viendo la situación, conversamos y le dije a mi compañero “es el Mercedario en invierno, peguemos la vuelta”. Al estar nevando no me di cuenta que se había tapado una franja de hielo con una nievecita blanda. Yo estaba con los grampones en el hielo, pero no los había clavado tanto pensando que era nieve dura que me aguantaría bien. Estaba un poco más arriba que mi compañero, a un par de metros de distancia, y cuando me estaba acomodando para girar y bajar por donde habíamos venido juntos, perdí pie y me fui para abajo por una línea de hielo duro. Había mucha pendiente y bajé rodando alrededor de 600 metros, alcanzando casi la velocidad de una caída libre. Me acuerdo del descenso hasta la parte en la que empecé a pararme; parece que en ese momento la memoria fue más inteligente que yo y se desenchufó. No me acuerdo de nada más después de eso.
-¿Qué heridas te causó esa caída?¿cómo te rescataron?
-Me lastimé mucho. Cuando iba rodando se me clavaban los grampones y yo pasaba por arriba. Así me rompí todos los ligamentos de la rodilla, me quebré el peroné, me fracturé siete costillas, me fisuré una vértebra. Tuve mucha suerte porque la bajada no se cortaba en seco y, al cambiar la pendiente, frenó la caída. Mi compañero se asustó muchísimo, pero cuando iba llegando abajo vio que algo se movía. Teníamos un teléfono satelital que estuve a punto de dejar en el campamento -mi esposa había insistido en que lo llevemos-, así que ese teléfono nos permitió activar la emergencia y que llegara el rescate.
En la línea de fuego
El Andino Mercedario no solo destaca por la formación de grandes figuras del montañismo provincial, sino que también lo hace por su protagonismo en rescates de montaña. El club ha participado en incontables búsquedas de personas que tuvieron accidentes mientras realizaban el deporte en la provincia, ya fuera de manera profesional o amateur. El compañerismo y la solidaridad son dos valores que caracterizan a la comunidad montañista de la provincia. En esa línea, ofrece constantemente sus conocimientos sobre el terreno para ayudar a quien lo necesite.
El doloroso episodio requirió de mucho tiempo de recuperación para Alfredo. Sin embargo, algunas personas nacen con el hambre de superar sus propios límites constantemente. Para ellas, un obstáculo solo significa una motivación para superarse. Ante la pregunta de por qué no abandonó el montañismo luego de ese evento desafortunado, destacó que muchos montañeros han tenido accidentes “jodidos” pero eso no los frenó. ¿La razón? “A veces uno siente poder, pero no el poder usual de manejar gente, sino el poder sobre uno mismo de sobreponerse o enfrentar desafíos de la naturaleza y la geografía; atravieso un desierto, subo esta montaña, navego en este océano y si viene una tormenta tengo que superarla. Hay gente que está configurada para enfrentarse a desafíos y eso le gusta. La montaña te hace sentir ese poder de superarlos, un poder sobre uno mismo que yo disfruto mucho”.
-Naciste en el lugar correcto, rodeado de montañas.
-Sí. La montaña te deja vivencias que trascienden y te hacen ver la vida indefectiblemente de otra manera. Para mí es muy nutritivo y yo lo recomiendo mucho. No importa lo que te plantees, mientras la pasés bien la montaña te deja experiencias muy fuertes. Te deja amigos entrañables, similares a los de la secundaria pero de un modo más profundo, porque tenés algunas vivencias que en las que te puede ir la vida incluso y, por lo tanto, toma otro valor. La montaña te deja mucho.
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