Cavafis; o el poeta que perduró
- Lautaro Sillero
- 5 jun 2024
- 5 Min. de lectura
“Placer de la carne
bajo la ropa entreabierta;
presencia fugaz de la carne desnuda, cuya impresión
ha recorrido veintiséis años; y ahora ha vuelto
a perdurar en este poema.”
C.P. Cavafis-Perdurar
En Alejandría, hacia 1933, vivió un hombre tranquilo. Su biografía carece de hechos destacables salvo por un viaje a Constantinopla cuando era adolescente. Además de trabajar se dedicó a escribir, corrigiendo incansablemente, pequeños poemas que mostró a sus amigos cercanos o que publicó en revistas de la diáspora griega. Jubilado, después de décadas trabajando para el gobierno local, dejó lista una antología de los que creyó que eran sus mejores piezas: aquellas que lo harán perdurar en la memoria de todos, como perduró en la suya el recuerdo de la Grecia helenística que tanto amó.
Sabía que en esos textos estaba todo: Grecia, el mundo helenístico, Homero, la ciudad de Alejandría y el secreto de su homosexualidad, oculta mas nunca negada.
Secreto que lo llevará a escribir en “Lo escondido”, un inédito recobrado póstumamente, los siguientes versos:
Mañana - en una sociedad más perfecta-
seguro que algún otro, como yo,
surgirá y obrará con libertad.
El hombre tranquilo era C.P. Cavafis (1863-1933), quizás el poeta griego más leído y traducido del siglo XX. Y, con toda seguridad, uno de los escritores más delicados y exquisitos que he tenido el gusto de leer.
Hoy, en “La biblioteca de Sillero” tengo el gusto de hablar de Cavafis y su poesía. Dueño de un arte capaz de evocar el pasado, y de una sensibilidad capaz de derribar las murallas del olvido y la exclusión.
El poeta historiador; el alejandrino solitario y escéptico.
Resulta difícil hablar de los temas de esta obra porque, en cada texto individual, aparecen mezclados y matizados de distintas maneras. Sin embargo, haremos el esfuerzo para que el lector, sí así lo desea, pueda introducirse fácilmente en un universo tan delicado y refinado como el de Cavafis.
Entonces, ¿por dónde empezar? Un buen punto de partida es tener en cuenta el apodo que él mismo se otorgó: “poeta historiador”. Esto no quiere insinuar que el griego era un historiador que escribía poesía, sino que poseía una capacidad excepcional para que el pasado evocado nos hable directamente a nosotros y a nuestra situación.
Poemas como “Ítaca” o “El dios abandona a Antonio” en apariencia hablan de cosas distantes, cuando no mitológicas. Pero uno no puede evitar sentirse tocado ante versos como:
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante ti.
O, por ejemplo, el momento epifánico en que Marco Antonio se da cuenta que para él ya todo está perdido y es mejor aceptar el destino:
despide, despide a Alejandría que se aleja.
Sobre todo, no te engañes. no digas que fue
un sueño, que tu oído te engañó;
no te acojas a tan vanas esperanzas.
El saber histórico se ve equilibrado por una finísima ironía y un particular sentido del humor. El poeta tenía un ojo muy fino a la hora de ver el carácter transitorio de los imperios, la mortalidad humana o de la propia identidad griega. A fin de cuentas, Cavafis era un oriundo de Alejandría: una ciudad fundada por Alejandro Magno, luego la capital de una poderosa dinastía greco-egipcia y, en el siglo XX, parte del protectorado británico sobre Egipto.
Quizás el mejor poema al respecto sea “Esperando a los bárbaros”, un texto tan bueno, tan afilado, que solo puedo hacerle justicia pidiéndole al lector que lo busque, lo lea y lo medite.
Mientras esperamos a esos bárbaros (que pueden llegar o no) recomiendo que pasemos al mejor Cavafis:
Recuerda, cuerpo…
the thing I am
Shall make me live
-Shakespeare
Como mencionamos al principio de esta nota, una de las principales razones por las cuales Cavafis publicó tan poco en vida era el miedo a la recepción que podría tener su poesía erótica donde, sin muchos rodeos, habla sinceramente sobre la homosexualidad masculina.
Son poemas muy hermosos. Algunos prefieren centrarse en la experiencia hedónica del placer, en otros se deja entrever el peso de una existencia casi secreta, donde la única posibilidad de un encuentro amoroso es en la clandestinidad.
En otros poemas, no necesariamente eróticos, como “Murallas” o “La ciudad”, lo que se lee es la voz de una existencia solitaria y triste, forzada al aislamiento por una sociedad intolerante e inhospitalaria. Y, sin embargo, fue esta poesía la que más perduró, la que más se lee. Son textos tan variados como su poesía más “histórica”: está la evocación de los goces del pasado, el riesgo de la separación de amantes que no se volverán a ver o la clandestinidad de amarse a escondidas, en altillos o cafés discretos.
Es una de esas ironías de las que tanto gusta la literatura: un hombre escribe una serie de poemas donde pone lo que no puede decir en voz alta, deja todo listo para que sean publicados póstumamente porque teme represalias y, casi un siglo después, es leído con pasión y admiración más allá de los confines de su Alejandría y del mundo griego.
Hace unos días, repasando las clases de literatura inglesa que Borges dio en la UBA, me encontré con las siguientes líneas de Shakespeare: “lo que soy me hará vivir” . El argentino la aplicaba a ciertos escritores que sabían que su destino sería el de las letras (en concreto, la aplicaba al escocés James Boswell, biógrafo del Dr. Samuel Johnson); creo que podríamos decir lo mismo de Cavafis: su poesía, llena de lo que él era y amaba, le permitió vivir en la memoria de todos sus lectores.
Creo que este mes del Orgullo es un buen momento para leer a este gran escritor griego. Es cierto, puede ser una lectura agridulce porque la contemplación de la Belleza y la experiencia del Deseo son efímeras: las cosas mueren, las personas envejecen y los amantes se separan. Pero mientras lidiamos con esas certezas, podemos encontrar cosas que valgan la pena evocar y dejar por escrito aquellas cosas que somos y que nos harán vivir y perdurar.
Cavafis, como buen decadentista, era consciente que los momentos finales pueden ser los que resplandezcan con mayor hermosura. Pero al final, mis palabras palidecen ante lo que dejó por escrito en “Recuerda, cuerpo”:
Recuerda, cuerpo, no sólo cuánto se te amó,
no sólo los lechos donde te reclinarse,
mas también aquellos deseos que, por ti,
en miradas brillaron claramente
y en la voz se estremecieron -y que un
obstáculo fortuito los frustró.
Ahora que todo se halla en el pasado,
parece casi que a los deseos
aquellos te hubieras entregado; cómo brillaban,
recuerda, en los ojos que te miraban;
cómo en la voz por tí se estremecían, recuerda, cuerpo.
MM que linda nota!! me dejo con la curiosidad de leer alguno de sus escritos