El mundo secreto de Timothy Treadwell
- Emilio Sillero
- 26 jun 2024
- 4 Min. de lectura
El pasado lunes 29 de abril hubiera sido el cumpleaños de Timothy Treadwell, ecologista y documentalista aficionado, conocido en los Estados Unidos por su lucha por la protección de los osos pardos, así como también por su trágico final. Para quien no lo conoce, Treadwell murió en 2003 devorado en su campamento por uno de los osos a los que tanto amaba. Coincidentemente, hace poco se agregó el documental Grizzly Man (Dir. Werner Herzog, 2005) al catálogo de la plataforma MUBI. La película no solo intenta descifrar los enigmas de la personalidad de Treadwell y de sus grabaciones, sino que también busca contraponer una multiplicidad de ideas sobre el humano y su relación con la naturaleza.
Para contextualizar un poco, Treadwell pasó 13 veranos conviviendo con los osos del parque nacional de Katmai, en Alaska. Lo que lo caracterizaba era su cercanía a los osos, puesto que se acercaba más de lo recomendado e intentaba mezclarse con ellos. En sus últimas visitas se dedicó a grabar a los osos y a grabarse a sí mismo, convirtiéndose en un documentalista amateur.

Una de las miradas representadas en la película es la de aquellos radicalmente opuestos a las acciones de Treadwell, presentes en agresivas cartas que leen una pareja de amigos de Timothy. En ellas, sus detractores lo acusan de ser un “típico ecologista” interesado en la causa siempre y cuando reciba donaciones. Mientras que en otra, un escritor anónimo desea que un oso se lo coma, puesto que la dieta de dicho animal está compuesta de “liberales, demócratas y estúpidos que piensan que el búho manchado es lo más importante del mundo”. Este tipo de personas que desdeñan tan fervorosamente el ecologismo de Treadwell, poco y ningún interés tiene en conocer su realidad o las de los animales que él intentaba proteger. Más bien parece surgir de un familiar impulso de reacción u oposición que nada tiene de constructivo.
Werner Herzog, que es un director de cine experimentado y sumamente capaz, realiza una operación que todos los buenos documentales hacen y que le suma mucho valor a la película: matiza hasta las opiniones más odiosas. De esta manera, antes de las lecturas de las cartas mencionadas, entrevista al piloto del helicóptero que se llevó los restos de Treadwell y de su novia. Él declara que, a pesar de que tenía buenas intenciones, el ecologista obtuvo lo que buscó, ya que trataba a los osos no como animales salvajes, sino como seres humanos, y profundiza acotando que la verdadera tragedia no es tanto su muerte sino la de su acompañante y novia, Amie Huguenard.

Si bien en la película abundan las opiniones de otros ecologistas, biólogos especializados en osos y demás profesionales, me parece que la posición más interesante (y una no tan escuchada en estos debates) es la de Sven Hakaanson, un miembro de la comunidad Alutiiq, nativos de la isla de Kodiak en Alaska. Hakaanson cree que la muerte de Treadwell y de Huguenard fue una tragedia pero que un límite tácito y ancestral se rompió al intentar acercarse tanto a los osos. Para los Alutiiq existe un vínculo de respeto entre los animales y los humanos. Esto se ve expresado en una desconfianza mutua y en una distancia inquebrantable. La película cierra el testimonio de Hakaanson con la siguiente idea: más que ayudar a la preservación de los osos, la presencia de Treadwell los perjudicó, al acostumbrarse a los humanos los animales les pierden el miedo, y al perder el miedo son incapaces de sobrevivir.
Lo cierto es que Treadwell traspasó un límite que todos menos él reconocieron. De hecho uno de sus amigos testifica que enterarse de su muerte fue duro pero no sorpresivo.
Sin embargo la pregunta sigue sin ser respondida ¿Por qué una persona haría eso? ¿Qué había en el mundo animal que atraía tanto a Treadwell?
Ésta es la pregunta que se hace la película y, por ende, Herzog. Sin importar cuantos testimonios recaude y cuántas versiones de la historia escuche, el director no logra conformar un sentido de la tragedia.
Acá es donde el documental toma un giro y se vuelve realmente interesante.

Herzog piensa a Treadwell como sujeto y documentalista al mismo tiempo. El material filmado por éste último toma una nueva potencia, no estamos viendo una mera ilustración de su trabajo con los animales, estamos viendo, a través de sus ojos, al mundo secreto al cual quería pertenecer. Bajo la mirada y la narración de Herzog, las 100 horas de contenido filmadas por Treadwell se transforman en el testimonio de un alma desesperada que buscaba, bajo todos los medios, superar sus limitaciones humanas para pertenecer en cuerpo y alma al mundo salvaje y natural. Para Herzog el material de Treadwell no refleja una búsqueda de la naturaleza animal sino una de su propia naturaleza humana.
Lo que el director encuentra realmente trágico (más allá de la muerte de Timothy y Amie) es que, sin importar cuántos videos de osos filmados por Treadwell vea, es incapaz de ver en ellos algo más que la “indiferencia fría y cruel” de la naturaleza. En sus ojos reconoce el deseo de alimentarse, no la gentil amistad que el ecologista encontraba.

Detrás de cada visión del mundo y de cada tragedia siempre hay una sensibilidad humana. Para Herzog, Treadwell profesaba un fuerte rechazo a la sociedad y por eso buscaba refugio entre los osos. Pero ¿Qué clase de sociedad es la que lo expulsó? Vivimos en un planeta en constante deterioro, en el que las megacorporaciones contaminan los mares y asesinan la tierra. Vivimos en una sociedad sumamente individualista, que es cada día más distante y apática.
¿Qué hacemos para no crear otros Treadwells? Impropio sería de mí abogar por el reino ultra-empático de la cursilería vacía. Pero creo que en la era de tik-tok y del consumo frenético hay un poder revolucionario en las obras de arte, cualquiera sea su naturaleza. Experimentar una película, una canción, un libro o un videojuego nos abre la posibilidad única de conectar nuestra sensibilidad a la de otro ser humano, comunicarnos sin palabras, sin malentendidos, siempre y cuando estemos dispuestos a bajar las armas y escuchar.
No creo que más arte cambie drásticamente la realidad del planeta en el que vivimos, ni siquiera las de nuestro país o las de nuestra provincia. Pero puede abrirnos ese nuevo horizonte, evocar imágenes y posibilidades que nunca antes habíamos pensado posibles.
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