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El sabor de la desdicha

Actualizado: 10 abr 2024

Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera.” Juan Rulfo, Pedro Páramo


¿Qué gusto tiene una desdicha hecha de violencia y rencor, cobardía y miedo? ¿Qué nos dicen los murmullos y los ecos de los muertos y olvidados? 


El escritor mexicano Juan Rulfo (1917-1986) sólo necesitó de dos libros (“El llano en llamas” y “Pedro Páramo”) para responder estas preguntas. Fue dueño de una literatura de silencios y ausencias, donde los muertos toman la palabra tras un largo ciclo de violencia, ambientada siempre en los años de la Revolución mexicana y la Guerra Cristera. Bajo esa capa de tanta tristeza, emerge una prosa lacónica y bella, carente de todo elemento innecesario, que logra conmovernos con genuina sinceridad.


En esta nueva entrega de la “Biblioteca de Sillero” tengo el gusto de hablar de “Pedro Páramo” (1955). Esta novela única y rupturista no solo rompió con toda una tradición narrativa anterior, sino que también se encargó de mostrar el camino que seguiría la literatura posterior, dándole voz a todos aquellos que antes no la tenían: los muertos y olvidados, los defraudados, los pueblos fantasmagóricos y los caminos polvorientos.


Leer a Rulfo es saborear el gusto a la tierra de la desdicha para lograr el milagro de transformarla en arte y belleza.



Los murmullos


Entonces sólo recordaba que mi padre decía que el sentido de la vida era prepararse para estar muerto mucho tiempo” William Faulkner, Mientras agonizo


Pedro Páramo” no fue el primer libro en darle voz a los muertos. William Faulkner ya lo había hecho en “Mientras agonizo” (1930). En esta novela, la muerta Addie Bundren reflexiona mientras su familia lleva a cuestas su féretro hasta el cementerio donde se encuentra el mausoleo de los Bundren. Más al sur, la escritora chilena María Luisa Bombal ya había innovado similarmente con la novela corta “La amortajada” (1938), donde la narradora y protagonista, Ana María, es una mujer a la que su familia está velando.  



Lo que en Faulkner y Bombal era singular en Rulfo pasa a ser plural. Los integrantes de este coro resultan demasiado numerosos como para ser enumerados. Así, la narración tradicional (presentación, nudo y desenlace) se desintegra en voces, recuerdos y monólogos que tenemos que auscultar con una lectura lenta y atenta. A medida que avanzamos, estas palabras comienzan a sonarnos familiares, casi como si ya las hubiéramos escuchado antes en algún rincón fantasmal de nuestra memoria.


Un rencor vivo


“- ¿Quién es? volví a preguntar. -Un rencor vivo- me contestó él” Juan Rulfo, Pedro Páramo


Este libro empieza con la promesa de una búsqueda: Juan Preciado llega a Comala buscando a su padre, un tal Pedro Páramo. Busca cumplir el juramento que le hizo a su madre moribunda de encontrar  a Pedro y cobrarle caro todo lo que este negó a su esposa e hijo. Guiado por la voz de su madre, Juan espera encontrarse con un vergel. Sin embargo, todos los paraísos son paraísos perdidos y Comala no es una excepción: lejos del Edén prometido se encuentra con algo más parecido la boca del Infierno o a la Tierra Baldía de Elliot: un lugar pedregoso, caluroso y estéril; en una palabra, muerto.


A partir de este punto hablar de trama se vuelve superfluo. La prosa del libro se desgrana como mencionamos más arriba y toca familiarizarnos con las voces de los fantasmas. Y así, poco a poco, comenzamos a desentrañar quién fue Pedro Páramo y qué pasó con Comala.



El escritor y crítico Carlos Fuentes, compatriota de Rulfo, relacionaba esta obra con las llamadas novelas del dictador. Este subgénero de la literatura hispanoamericana pone el foco en las figuras de distintos dictadores/hombres fuertes y su relación particular con el poder -podemos mencionar, entre otras, “El otoño del patriarca”, “Yo el Supremo”, “El señor presidente”-. Si bien no es bueno ceñirse a una sola lectura, es imposible negar que esta es la historia de un cacique cuya presencia impregna lo que supo ser de su dominio, incluso tras su muerte. 


Al final descubrimos que Pedro Páramo, quién pudiendo tenerlo todo, no pudo tener lo que más anhelaba y deseaba en el mundo. Descubrir y entender cuál fue ese deseo inalcanzable es uno de los lujos de leer este libro, y su comprensión nos permite descubrir qué fue lo que terminó de condenar a Comala.


Juan Rulfo, nuestro amigo suturado


Si no se lo dieron a Rulfo/ Por qué me lo van a dar a mí?” Nicanor Parra, Después del Rulfo sueña con el Nobel?


La prosa de Rulfo es triste y melancólica. Fue construida a partir de un castellano sencillo del que se podó todo lo que resultara innecesario. Sus historias son descarnados relatos de violencias innecesarias y de las injusticias de los poderosos. Sin embargo, pese a este trasfondo “realista” al mexicano le gustaba decir que lo único real que había en su obra era la ubicación de los hechos, todo lo demás era fruto de su imaginación. Creo que esto es lo que le permitió trascender y ser mucho más que un autor local y alcanzar la dignidad de auténticamente universal.



No consigo encontrar explicación para el sentimiento de fraternidad que une a los lectores con este mexicano tímido e introvertido. Sea en sus libros, en sus pocas entrevistas, sus fotografías o en las cartas de amor que le dedicó a su esposa, por todos lados se deja ver un hombre de una altísima sensibilidad. 


Creo que la sensibilidad rulfiana es conmovedora porque sentimos que el mexicano nos “entiende”. Carlos Fuentes afirma en “Valiente mundo nuevo” que leer “Pedro Páramo” es como recordar nuestra propia muerte, y así convertirla en parte de nuestra memoria. Un conocimiento tan profundo y personal solo es posible mediante la literatura y el arte; y nos recuerda que las tragedias del pasado podrán volverse polvo pero no desaparecer: se transforman en parte del gusto desdichado del aire que respiramos. Rulfo apunta a que los murmullos de los muertos no caigan en el olvido, que su desdicha sea menos solitaria. 


En “Pedro Páramo” los símbolos abundan tanto como los silencios y las elipsis. Cada lectura y relectura nos ofrece una nueva perspectiva, un entendimiento más cabal de la obra y quizás de nosotros mismos y nuestro tiempo. 


Porque, mientras existan las Comalas, tendrá sentido leer y releer esta novela. Porque, mientras todos sigamos siendo los hijos de Pedro Páramo, tendrá sentido decir que Juan Rulfo es nuestro amigo.




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