El sueño del pueblo del desierto
- Emilio Sillero
- 19 jun 2024
- 6 Min. de lectura
“El cine es el encuentro de la modernidad y el arcaísmo”
Edgar Morin (Libro: El cine o el hombre imaginario)
El año pasado, durante el rodaje de mi tesis, pasó algo curioso. Estábamos filmando el corto en una zona relativamente alejada del casco urbano capitalino y, debido a ciertos requerimientos de la grabación, cortamos las calles. Esto último desencadenó en que los pocos colectivos que pasan por la zona debiesen cambiar su recorrido, perturbando la cotidianidad de los vecinos. Molestos (y con razón), varios de ellos se nos acercaron. Algunos nos insultaron, otros, más curiosos, quisieron saber el por qué de tanto alboroto. La mayoría no podía creer que una película (en este caso un cortometraje) se filmase en San Juan. En el momento subestimé a la gente de la zona, me parecía cuanto menos sorprendente que a alguien le resultase tan imposible que nuestra provincia fuese un lugar donde se hace cine, pero con el tiempo comencé a pensar más en el asunto.
¿Cuándo hemos visto a San Juan en una sala de cine?
Si quien lee no está particularmente versado en la materia de cine argentino, probablemente pueda contar con los dedos de una mano las veces que lo hizo, inclusive es posible que no lo haya hecho nunca.
Lamentablemente en el ámbito audiovisual parece repetirse la proverbial frase: “Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires”. La macrocefalia de nuestro país se repite en las historias que vemos en el cine y en las series. Todo sucede en o es narrado desde la ciudad de la furia. Pero el frío del puerto queda muy lejos del azote implacable del viento zonda ¿Es San Juan digno de la poesía de la gran pantalla?
Para pensarlo vamos a hablar Opus (2002) y Tekton (2009), dos películas filmadas en la provincia, ambas escritas y dirigidas por el sanjuanino Mariano Donoso.

Opus: patria, historia, identidad.
Corría el año 2002 cuando Mariano Donoso se encontró con la tarea de hacer un documental sobre la educación en San Juan. Al volver a la provincia, la tarea pronto se volvió imposible: los maestros estaban de huelga y las escuelas se encontraban cerradas. El director entonces decidió recorrer un sinfín de rincones de la provincia buscando un tema del que hablar, filmándose a sí mismo y a su equipo en el incansable proceso de investigación.
Donoso y su equipo recorren la provincia en búsqueda de una escuela donde se den clases, pero siempre, por un motivo u otro, sus intentos de documentar la vida de un colegio fracasan. Frustrado y abatido por las vicisitudes del rodaje, el director decide cambiar de rumbo: si se habla de educación en la provincia ¿Por qué no hablar de Sarmiento? Dicho prócer parece ser el rostro más retratado en la ciudad. Para ello visita al ya muy anciano Miguel Ángel Sugo, escultor de la mayoría de los bustos y retratos del Maestro de América. Su charla es improductiva, y lo que Donoso se encuentra al visitar su taller no es más que un conjunto de esculturas abandonadas cuál mausoleo perdido. La película parece imposible. La obra se ha vuelto inalcanzable.

Ante toda “tragedia” Donoso contrapone una nota de humor o ironía (respetuosa), lo que hace que el fracaso no sea tal. El resultado es un film que no para de hacerse preguntas ¿Qué es San Juan? ¿Se encuentra su esencia encapsulada en la forma de sus fronteras (desfiguradas hasta parecer alienígenas)? ¿Es su máximo prócer? ¿Es su gran catástrofe natural? ¿O es, acaso, una tierra donde reina lo absurdo y todo es un chiste de mal gusto? Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas.
La esencia de San Juan (si es que existe) parece aflorar de las contradicciones de nuestra tierra: la patria del Gran Maestro de América donde no se les paga a los docentes, una provincia caracterizada como retrógrada (recientemente fuimos llamados “neandertales” y “dinosaurios”) pero que fue la primera en reconocer el derecho del voto femenino, un lugar donde las cicatrices del terremoto todavía no cierran pero cuyo pasado permanece sepultado entre escombros o encerrado en un sótano húmedo.

De nuevo, nuestra identidad (si la hay) está ahí, tanto en la superficie como en la “ciudad enterrada” como dice Donoso. Si lo pensamos bien, esta ambigüedad tan contradictoria se remonta a la fundación de San Juan de la Frontera ya que, si bien la última parte del nombre quedó en desuso, sigue siendo vigente. Pensemos la frontera como el límite, como un limbo. Estamos, entonces, en una tierra que no es de aquí ni es de allá. Podemos pensar este terreno fronterizo como un tercer espacio (un intersticio o un espacio liminal como se dice hoy en día), no somos ni urbe ni campo y, en palabras de mi hermano, estamos tironeados tanto por el futuro como por el pasado.
Esta característica no puede ser ignorada, un cine sanjuanino tiene que surgir del corazón de la paradoja, del encuentro de lo arcaico (que para Morin es el mito, en nuestro caso le sumaría lo pueblerino, lo anticuado, lo periférico) y lo moderno (la máquina). Pasar esto por alto resulta en un arte desapegado de la realidad ambiental de la región. Es decir, películas (o series) desubicadas en tiempo y espacio que imitan la maniera ajena, que no se reconocen como sanjuaninas sino que sueñan en vano con haber nacido más cerca del puerto. Están condenadas a vivir en la oscuridad de la negación de la propia identidad.
Tekton: pasado, futuro, poesía.
Años más tarde, Donoso volvería (artísticamente hablando) a la provincia para documentar la finalización de la obra del Centro Cívico (edificio que ya había sido visitado por él en Opus).
Tekton es una película diferente a la anterior. La tarea titánica ahora es la de los obreros, que deben finalizar la construcción de aquel coloso de cemento, mientras que Donoso y su equipo se limitan a documentar el proceso. La película, al no ser un video propagandístico del gobierno, puede permitirse encontrar algo trascendental en la labor de los obreros. Si bien las distintas etapas de la construcción están registradas, lo que interesa es la conjunción entre la máquina y el hombre, es el trabajo en sí.

Tekton es una película, creo, más poética. Constantemente las imágenes nos evocan a otro momento, a otro cine. Así, las grúas levantando pesados contenedores al son de Strauss no son solo grúas, sino que se magnifican, se convierten en las naves espaciales de 2001: Odisea del Espacio (1968, Dir. Stanley Kubrick), y los obreros, en cámara rápida y blanco y negro, se transforman en aquellos que los hermanos Lumière capturaban hace ya tanto tiempo. El cambio y la transformación dan lugar a lo poético.
Sin embargo, y – de nuevo – como la película no es una celebración de la obra pública, hay un poco de amargura en ese cambio. La obra, que llevaba inconclusa 30 años, formaba parte del relieve de la Ciudad de San Juan. Ahora ese tiempo parece haberse perdido, la construcción borrará por completo ese edificio inconcluso. Ese armazón de concreto que vio a la ciudad crecer sin inmutarse (como dice Donoso) morirá definitivamente, y lo olvidaremos como si nada hubiese sucedido.

Fin: espejismos, reliquias, arte.
Nuestra provincia tiene una larga historia que se remonta hasta antes de la fundación y del establecimiento de La Frontera. En San Juan se hace (y se hizo) cine, se hace música, se escribe literatura ¿Por qué entonces no somos tan conscientes de ello?
Se me viene a la mente el terremoto del 44’. Una ciudad en ruinas. La catástrofe absoluta. En ese momento la modernidad se nos fue impuesta a los sanjuaninos, el proceso se cortó y, de golpe, una nueva ciudad fue erigida de los escombros del pasado. Pareciera que el presente quisiera imitar ese momento.
San Juan son dos. Por un lado el artificio, torres de cristales horrendas, avenidas tropicales y casinos grotescos. Por otro lado el latir subterráneo del pasado, el misterio de la siesta, del monte, los que fueron sepultados bajo el concreto, todo eso de lo cuál nos queremos olvidar pero que pronto viene a rendir cuentas.

La evolución es inevitable, no hay forma de negarlo, cada paso hacia adelante o hacia atrás lo confirman. San Juan pronto se verá imposiblemente distinto. En 30 años miraremos con asombro las imágenes de esta época: los edificios, los árboles, las personas, todo será distinto. En el medio hay un rito que debemos honrar: el de rendir culto a nuestra historia, a nuestros muertos, a las raíces, a lo incomprensible que aún forma parte de nuestras vidas.
Opus termina con una última visita al taller de Miguel Ángel Sugo. El escultor que tanta historia había modelado con sus manos ha muerto. El taller se ha vuelto un mausoleo, sus esculturas, ahora cubiertas de telarañas, se han convertido en las máscaras mortuorias del pasado. La cripta ha perdido su guardián.
Por fuera de la película la imagen se repite: películas abandonadas en sótanos mohosos, archivos perdidos en rincones oscuros ¿Es este el destino que nos espera?

nuestros dos próceres son los hermanos sillero 🫡