La Odisea imposible
- Lautaro Sillero
- 3 jul 2024
- 7 Min. de lectura
Dame, Señor, coraje y alegría
para escalar la cumbre de este día
-J.L.Borges, James Joyce.
¡Feliz Bloomsday!
Algunos libros tienen un aura que los envuelve poderosa e irresistiblemente. Hemos sentido hablar de ellos tarde o temprano, casi siempre con un dejo de temor y respeto. Son esas “obras maestras” de las que todos hablan pero pocos leen. También se dice que no se pueden leer con gusto.
Entre todos esos libros, el “Ulises” tiene la reputación más portentosa y terrible de todas. Reescritura parcial de “La Odisea”, épica del cuerpo humano, libelo obsceno, novela vanguardista, etc… Se ha dicho más todavía: que es incomprensible, que le sobran páginas, que nadie lo terminó, que es intraducible; en resumen, que es imposible.
Pero también se trata de una de las obras más elogiadas e influyentes de la historia: inspiración de cientos de grandes novelistas y que supo encontrar un núcleo fiel de lectores que lo celebran todos los años en su día.
¿Pero de qué trata? Si bien la letra chica de todo lo que pasa es inenarrable, en líneas generales podemos decir que la novela se centra en el día de tres personajes: Stephen Dedalus y Leopold y Molly Bloom. A lo largo del 16 de junio de 1904 (curiosamente, el día que Joyce empezó verse con Nora, su futura esposa), el autor nos lleva en un tour de force por las vidas interiores y exteriores de ellos: cada acción y cada pensamiento están registrados de una manera tan exhaustiva que la realidad se vuelve una cosa extraña y ajena… A esto se le suman una multitud de referencias, cambios de perspectiva, símbolos, formas de narrar que vuelven la lectura una tarea tan ardua como el camino que el griego Ulises tuvo que recorrer para volver a Ítaca.

¿Ardua? Imposible dirán algunos: más difícil que leer el libro es escribir sobre él y convencer a los demás que lo lean. Pero en Sutura nos gusta ir a la caza de utopías imposibles y ninguna se compara al “Ulises” de James Joyce. Porque entre tanta complejidad, latiendo bajo un mar de palabras, se encuentra una obra única y seductora, que ofrece humor y seriedad a partes iguales.
Telamaquiada, o el arte de perderse (bastante)
Los primeros episodios de esta novela se centran en Stephen Dedalus. El muchacho, alter ego del autor en su juventud y contemporáneo Telémaco, es un joven profesor que aspira a ser un escritor reconocido. Peleado con su padre, acosado por el espectro de su madre muerta (Stephen, que dejó de creer hace rato, se negó a arrodillarse ante su lecho de muerte) y obsesionado con “Hamlet” va por aquí y por allá buscando aquello que le falta. Malvive con su sueldo de profesor, camina por la playa, decide irse de donde alquila… él no lo sabe pero, como el Telémaco homérico, está buscando eso que le falta: un padre.
Joyce popularizó el uso de la técnica conocida como fluir de la consciencia o stream of consciousness. Esto consiste en poner por escrito todos los pensamientos del personaje tal y como se presentan en la mente. Si bien esto complica la lectura, consigue que la prosa posea una extraña e hipnótica música; podemos fluir en la lectura (aunque nos confundamos un poco). Esto termina dando pasó a pasajes tan disparatados y bellos como lógicos y groseros.
Si bien se recomienda leerlo en inglés para apreciar mejor la forma en la que suena, podemos encontrar distintas traducciones del “Ulises” al castellano de las cuáles tres son argentinas. Entre estas tres (que son las más accesibles económicamente) preferí la versión del bahiense Marcelo Zabaloy (@MarceloZabaloy). No sé cómo se compara con las otras traducciones en cuanto a fidelidad textual, pero puedo recomendarla por dos motivos: en primer lugar tiene unas notas muy útiles, y en segundo lugar porque utiliza numerosos argentinismos. Creo que esta decisión, que para algunos será polémica o criticable, ayuda a que el texto resulte más cercano y divertido de leer. Porque si bien puede generar quebraderos de cabeza no deja de ser un libro tan serio como gracioso, alternando pasajes serios y solemnes con algunos genuinamente cómicos.
La Odisea: errancia y desmesura
Si Stephen es un hijo sin padres, necesariamente tiene que haber un padre sin hijo. Y ese es el señor Leopold “Poldy” Bloom o un Ulises cornudo, infiel, cobardón y putañero.
Sí, Bloom no es precisamente un héroe. Sus mejores cualidades son su aversión a la violencia (por cobarde) y que, pese a todo, no es tan malo. No solo es antiheroico a más no poder, sino que además tiene que lidiar con la sombra de la infidelidad y del adulterio; además de los fantasmas de su padre suicida y de su hijito muerto con apenas once días de vida.
El 16 de junio de 1904 (mientras Joyce piropeaba a su futura esposa) Bloom comió un riñón de ternero, fue a un entierro, entregó un aviso publicitario, se carteó con una casada, almorzó, se peleó con un antisemita en un bar, repitió un par de veces que Jesús era judío y socialista, fue a un nacimiento, defendió a Stephen de un soldado británico en un burdel y terminó su día volviendo a su casa a altas horas de la noche en compañía del joven profesor. Esta errancia está marcada tanto por el deseo de alejarse del hogar donde su esposa le será infiel como por sus propios fracasos personales: una de las fuentes usuales de humor en las novelas es contrastar sus aspiraciones (grandes conquistas eróticas, hacerse rico, ser un político exitoso) con las cosas que realmente hace (cartearse con una casada, apostar a los caballos, la posibilidad que tuvo hace muchos años de ser candidato).

Al final, en su tremenda imperfección, el Sr. Bloom resulta más simpático y humano que Simon Dedalus (que echó a su hijo Stephen de su casa) o que El Ciudadano (un nacionalista irlandés, tan violento como antisemita). En una novela en la que todos tienen motivos para pararse de manos, él prefiere la solución más cobarde pero la que genera menos daños a los demás.
En Poldy algunos han visto otro alter ego de un Joyce más maduro. Personalmente me pregunto cuánto habrá de la vida errante del autor (un exiliado irlandés con pasaporte británico) que escribió “Ulises” a lo largo de siete años en tres ciudades de tres países distintos (Trieste-Zúrich-París). Si el autor andaba por Europa continental, el personaje es un exiliado interior al que no pocos le dan la espalda por su ascendencia judía.
En esta errancia encontramos a la novela en toda su desmesura: todos los estilos, todas las situaciones, todos los pensamientos privados. Y esta desmesura, que le da su carácter único y heterodoxo, acaba siendo su principal punto débil. Porque al “Ulises” le sobran cien o doscientas páginas (cualquier lector podrá confirmarlo) pero pese a ser un libro perfectible no es uno mejorable. Me explico: Joyce necesitaba equivocarse, él necesitaba pasarse de la raya y poner hasta lo innecesario porque estaba marcando el camino que habría de seguir la literatura posterior. Y así, lo que era una debilidad se vuelve su principal fuerza: un libro al que se ama con odio y al que se odia con pasión amorosa.
Quizás el único libro que no hace falta terminar, uno que no tiene que leerse de corrido sino en voz alta, focalizando algunos episodios y pasajes que quedan grabados en la memoria.
Nóstos, hacer posible la Odisea.
El último y más glorioso de los episodios del “Ulises” no está protagonizado ni narrado por Stephen Dedalus o por Leopold Bloom. En un larguísimo y bellísimo monólogo interior, que rechaza la puntuación tradicional para que las palabras y su música le otorgan la coherencia y el sentido necesarios, Joyce le da voz a Molly Bloom.
Esposa engañada e infiel, cantante de ópera e hija de un militar. Molly nos llevá por toda su vida mientras está a punto de dormirse: habla con franqueza y sinceridad de su niñez, su despertar sexual, de sus amantes y su matrimonio. Su monólogo es la gracia salvadora de la novela, el momento en que todos los estilos y todos los hechos narrados se reconcilian en una prosa de un lirismo absoluto. Hay partes, tan increíbles y bellas, que tienen que ser leídas en voz alta para ser escuchadas.
Porque sí, “Ulises” es un libro desmesurado, tan amado como odiado, uno que muchos intentan leer pero fracasan estrepitosamente ahogados. Pero todo eso vale la pena por ese momento inmortal. Cuando su monólogo se acerca a su final, Molly recuerda el único momento en que su esposo le fue sincero: cuando le propuso matrimonio. Ella dice SÍ, pero no sólo es SÍ a ser su esposa sino que también es decirle SÍ a todo lo que fue y a todo lo que será. Una apuesta total por la vida y la literatura, el breve instante en que la Odisea se vuelve posible:
and then I asked him with my eyes to ask again yes and then he asked me would I yes to say yes my mountain flower and first I put my arms around him yes and drew him down to me so he could feel my breasts all perfume yes and his heart was going like mad and yes I said yes I will Yes.
y después le pedí con los ojos que me lo pidiera otra vez sí y entonces me preguntó si yo quería sí decir sí mi flor de la montaña y primero lo rodeé con los brazos sí y lo atraje hacia mí para que pudiera sentir mis pechos todo perfume sí y su corazón golpeaba como loco y sí dije sí quiero Sí.
Mientras la historia sea una pesadilla de la que hay que despertar el “Ulises” seguirá vigente. No como un mapa para volver a casa sino como la tabla salvadora para que no nos hundamos.
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