El poeta, el comentarista y el asesino
- Lautaro Sillero
- 7 ago 2024
- 5 Min. de lectura
In memoriam J.S.
El pasado 21 de julio se cumplió un nuevo aniversario de la absurda muerte del poeta John Shade (1898-1959), baleado en las afueras de su casa suburbana en New Wye, Appalachia, EEUU. Antes de palmarla, el vate se encontraba a punto de terminar una nueva obra: “Pálido fuego”, poema en cuatro cantos y conformado por 999 versos (según el comentarista, la idea era que los versos fueran mil, número redondo y simétrico).
A fines de ese trágico año, el manuscrito, que se creía perdido, apareció publicado con prólogo, notas e índice a cargo del doctor Charles Kinbote, profesor del idioma zemblano del college de New Wye y estrecho amigo de Shade (pese a que solo se conocieron por unos meses). La publicación sin supervisar, que no sólo revelaba el tema secreto del poema sino la verdadera identidad y motivos del asesino de Shade: Jakob Gradus (alias Jack Degree), causó el escándalo literario del siglo.
Pero esto, ¿fue realmente así o es el comentarista quién tiene la última palabra?

La sombra del picotero asesinado
“Yo era la sombra del picotero asesinado
por el falaz azur de la ventana;
era la mancha de plumón ceniza, y vivía,
volaba siempre en el cielo reflejado.”
En su prólogo, el buen doctor afirma que, sin sus comentarios, el poema de su amigo carecería de toda realidad humana. Ya que fue él, Charles Kinbote, quién le dio el tema de su composición: Zembla, distante tierra nórdica, y la historia de su rey exiliado: Charles el Bienamado.
Pero al leer el poema no encontramos al monarca ni a su reino por ningún lado.
Al contrario, nos encontramos con un bello y transparente poema autobiográfico. Tan transparente como el vidrio contra el que el pajarito se estrelló. (¿Nos mintió Kinbote?) Son ausencias extrañas porque Shade puso casi todo en el papel: su infancia, su matrimonio, la trágica muerte de su hija Hazel, el más allá y el espectro acechante de la locura. Espectro que, como sabemos, afectó por igual a grandes autores, personajes literarios y desatinados comentaristas.
Pero, again, no hay rastros ni de Zembla, ni de su rey, y mucho menos de su gran amigo Kinbote. Tiene que ser una desafortunada coincidencia, ¿verdad?
A través del espejo zemblano
Cualquier tipo de disonancia entre el prólogo y el poema debería quedar solucionada consultado el comentario ¿verdad? Después de todo, el grueso del libro está ocupado por los comentarios del inefable Kinbote, los cuáles reflejan como un cristal al poema: aquí el tema omnipresente es Zembla y su rey, y del poema y su autor se encuentra poco y nada.
Para ser justos, en esta parte se cuentan tres historias que, como si de una novela se tratara (¿no eran estos los comentarios de un crítico?), convergen en el momento exacto en que John Shade fue abatido por Gradus (alias Degree): la composición de “Pálido fuego”, el viaje del asesino hasta New Wye y la fabulosa historia de la fuga del rey Charles el Bienamado de Zembla, reino que perdió luego de una revolución comunista.
Vamos por partes, como si fuera una mamushka rusa o una caja china: por un lado Kinbote nos cuenta detalladamente los días que empezó John Shade a componer su poema, cómo durante sus paseos y los ratos libres le contaba historias de su patria para que el poeta las inmortalizara con su arte en un poema épico que se imaginaba titulado Solus Rex. Al mismo tiempo, desde la vieja Zembla, el asesino se ponía en movimiento para dar muerte al rey prófugo: su viaje y su aproximación en el tiempo y en el espacio no sólo coincide con el paso a paso de la composición del poema sino también con la lectura del texto. Al final de la lectura y de la escritura, como una bestia enloquecida, aguarda el regicida que abrirá, abre y abrió fuego el 21 de julio de 1959.

Según Kinbote, testigo de los hechos, el asesino buscaba dar muerte a Charles el Bienamado. El rey solitario y prófugo, homónimo del comentarista, era un rey bondadoso y querido, erudito literario, profesor ocasional, homosexual (en Zembla la homosexualidad no era delito, sino que se aceptaba tal y como lo hacían los greco-latinos). Luego de la revolución que empezó en la fábrica de Cristal, este debió exiliarse, para terminar refugiándose bajo un nombre falso en New Wye, Appalachia, EEUU: el pueblo donde John Shade sería asesinado por error el 21 de julio de 1959.
Para ser justos, no siempre Kinbote divaga, a veces intenta hablar del poema pero siempre termina hablando de sí mismo. Quizás por ese pecado profesional que hace que muchos académicos (o fans) crean que los textos de los autores que aman están escritos secretamente sólo para ellos y que en ellos yacen todas las claves para ser comprendidos.
Pero, ¿esto es así realmente?
La más sublime de las piruetas
Quizás algunos lectores ya se hayan dado cuenta de lo obvio: que les estoy tomando el pelo haciendo pasar hechos novelescos por históricos. Otros quizás habrán notado que, de forma no muy elegante, intenté llamar la atención sobre ciertas incongruencias para que fueran notadas por los lectores.
La “realidad” (entre muchísimas comillas) es que Shade, Kinbote y Gradus son los tres personajes más importantes de “Pálido fuego”, novela del escritor ruso Vladímir Nabokov (una de mis grandes debilidades literarias).
Jugando con distintos elementos del libro (el prólogo breve que no es para nada breve, el poema, las notas que no explican al texto que dicen explicar y el índice que no lleva a ninguna parte), el ruso nos cuenta una historia de locura y obsesión pero también una de creación y fantasía literaria (a falta de una palabra mejor). Tomando como punto de partida la figura odiosa y pedante de Charles Kinbote, Nabokov se permite ironizar no sólo sobre ciertos académicos que se pasan mucho tiempo mirándose el pupo sino también sobre la forma convencional de contar una historia en una novela.

Porque este es un libro disparatado y divertido (lamento no poder hacerle justicia a este aspecto) donde, cómo si fuéramos detectives, tenemos que leer entre líneas para poder acercarnos a una visión aproximada a la única certeza que parecemos tener: que el poeta John Shade fue asesinado por error el 21 de julio de 1959. Todo lo demás: la verdadera identidad de Kinbote, el móvil del asesino, y la realidad de la misteriosa Zembla son motivo de discusión, de pesquisa puramente literaria intentando encontrarle la vuelta a partir de las pistas que aparecen desperdigadas por el texto. Momentos fugaces donde algo “se escapó”, ¿es la larga reflexión sobre el suicidio una mera digresión o algo que nos permite sospechar que pasará después con el comentarista? ¿Los nombres y apellidos del índice, son mera palabrería o esconden un secreto personalísimo? ¿Quién es el destinario de las múltiples referencias a la locura?
Como en “Lolita” (la novela más conocida del autor y la única que mucha gente se molesta en (mal) leer) el camuflaje literario bajo el que se esconden las respuestas se encuentra en la superficie para pasar más desapercibido. Parecido al cristal que el picotero confundió por el cielo, “Pálido fuego” nos ofrece la posibilidad de ser conscientes de una ilusión que se replica a lo largo de todo el libro: duplicando, deformando y reflejando a sus personajes y a sus historias.
Nabokov pensaba que la literatura era como una pirueta sublime. Leerlo es presenciar la función de un acróbata eximio, divertido e irónico, pero nunca indiferente ni a la crueldad ni a la estupidez. De todas sus piruetas, “Pálido fuego” (¿cuál es el fuego pálido que tanto se menciona pero nunca se explica?) es una de las más extraordinarias : una que nos invita a maravillarnos no sólo de lo que leemos, sino también del milagro que sea legible.
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