Érase una vez en el desierto
- Emilio Sillero
- 14 abr 2024
- 4 Min. de lectura
La “Conquista del Desierto” es el nombre que recibe una serie de campañas militares llevadas a cabo por la República Argentina entre 1878 y 1885. En las mismas, el Estado conquistó largas extensiones de tierra de la región pampeana y de la Patagonia, que hasta el momento estaban dentro del dominio de varios pueblos originarios (pampa, ranquel, mapuche, tehuelche, entre otros). Particularmente, se considera que la campaña a cargo del entonces ministro de Guerra, Julio Argentino Roca, comenzó el 16 de abril de 1879.
Pero ¿era realmente desierto? Si bien hoy en día se utiliza la palabra para referirse a zonas caracterizadas por un clima árido, no necesariamente es la razón por la que se lo aplica a este conflicto. La palabra desierto proviene del latín eclesiástico dēsertum (originalmente "lugar abandonado"), participio de dēserere, "abandonar". Podría decirse entonces que se utiliza el vocablo para caracterizar a un territorio por su escasa población: era desierto porque no vivía nadie allí. Pero sabemos, por lo anteriormente mencionado, que esto no es cierto. La región estaba habitada por pueblos originarios que, en defensa de su hogar ancestral, rechazaban el avance de la República Argentina.

Entonces ¿qué desierto se conquistó?
Para hablar del concepto del desierto me parece interesante referirme a una película argentina, estoy hablando de Jauja (2014), dirigida por Lisandro Alonso y protagonizada por Viggo Mortensen.
Pero antes, hablemos un poco de western.
El western es un género caracterizado por su ubicación geográfica-temporal, se trata de las historias de vaqueros situadas en el “lejano oeste” norteamericano. No obstante, con el pasar del tiempo el género se fue extendiendo y ampliando sus posibilidades. Por lo tanto, películas fuera de ese tiempo y espacio pueden considerarse westerns.
Es muy importante tener en cuenta que el género fue utilizado por Hollywood como una herramienta ideológica y generadora de consenso histórico. Con película tras película se escribió la épica de los Estados Unidos, que se fundó tanto en la declaración de independencia de 1776 como en el impulso colonizador de la frontera occidenal a finales del siglo XIX. Son los héroes del género los que encarnan los valores nacionales estadounidenses del destino manifiesto: el ideal “civilizatorio” y “democrático”, necesariamente blanco, opuesto al “salvajismo” de los nativos (mal llamados indios).

Ahora sí, hablemos de Jauja.
Jauja cuenta la historia de Gunnar Dinesen (Viggo Mortensen), una especie de agrimensor y capitán de una compañía danesa que participa del proceso de división del desierto. Dinesen parte en una solitaria búsqueda de su hija Inge (Viilbjørk Malling Agger), quien una noche se escapa con el joven soldado Corto y se adentra en la colosal extensión de la llanura patagónica.

La película es una deconstrucción (palabra muy utilizada en la última década), tanto del género western como del uso político del cine para construir una narrativa sobre las conquistas del desierto (entiéndase: la argentina, la chilena, la estadounidense y tantas otras). Me explico mejor. En Jauja están presentes muchos elementos del western adaptados a nuestra realidad histórica nacional de la década de 1880: el forajido/renegado, el conflicto entre el ejército y los “indios”, la búsqueda de la justicia/venganza. Frente a estos elementos, Alonso nos propone un ejercicio simultáneo de realidad y fantasía.
Si en uno de los mayores clásicos del género The Searchers (Dir. John Ford, 1956) la joven era secuestrada por los nativos, en Jauja huye de la opresión de su padre por voluntad propia. Aquí los forajidos son vagas leyendas que se esparcen con el hostil viento patagónico, mientras que los soldados argentinos son más salvajes y sádicos que los nativos acusados de sanguinarios. El héroe, experto rastreador en norteamérica, aquí es un hombre desesperado perdido en la aterradora inmensidad de la planicie pampeana. Ésta es la realidad de la cuestión.

Al mismo tiempo, la película avanza progresivamente hacia un terreno fantástico. Tras perder el rastro de su hija, Dinesen es guiado por un perro hasta un soldadito de juguete (que había sido un obsequio de Corto a Inge) y luego es llevado a una cueva donde se encuentra una Mujer misteriosa (Ghita Nørby). Tras una charla, se da a entender que esta mujer es Inge, la hija de Dinesen. Confundido por el encuentro, el protagonista cae rendido en medio del desierto, para luego levantarse y seguir su camino, desapareciendo en el horizonte. De repente, la película nos traslada en el tiempo y espacio, venimos al futuro, a nuestro presente. Primero vemos una mansión, luego una habitación y finalmente una adolescente durmiendo (interpretada por la misma actriz que hace de Inge).
Esta interrupción del tiempo narrativo de la película contiene la tesis de Alonso, director del film, sobre el desierto. Todo lo que vimos, tanto lo real como lo fantástico pareciera haber salido de la imaginación de esta joven. Es más, muchos de los objetos de la “parte histórica” de la película vuelven a aparecer aquí: el soldadito de juguete, el perro (que es identificable porque ambos tienen la misma herida), etc. Y es que, para Alonso, el desierto no es un espacio real, contundente y físico, sino un lienzo en blanco en el que cada uno proyecta sus ideas (o ideales), sus fantasías, sus temores, etc.

Esta tesis cobra aún más fuerza si tenemos en cuenta el proceso de revisión y deconstrucción que el género viene atravesando desde el agotamiento de la fórmula clásica allí en la década del 50. Es tan distinto el desierto del western tradicional, del western crepuscular y del spaghetti western que perdió por completo su materialidad (en el sentido más estricto de la palabra).
A modo de breve conclusión, diré lo siguiente: las campañas militares contra los nativos americanos siguen teniendo repercusiones sumamente reales a día de hoy. Pero Jauja no viene a comentar sobre esto, no se trata de la conquista, sino del desierto en sí mismo, de cómo estas conquistas son ahora un tiempo mitológico que aceptan múltiples relatos y narrativas. El western vivirá en tanto y en cuanto aceptemos esto, porque, por más que muchos critiquen al revisionismo histórico, este género, que en un momento fue la voz del opresor y que sirvió para crear un mito nacional arrollador, ahora es capaz de subvertir dicha hegemonía. Los “salvajes”, los desplazados y los oprimidos ahora tienen voz.

Encuentro cierto parecido entre la tesis del director del film y lo dicho por Saer en "El río sin orillas" (comentado en esta revista también) sobre el Desierto y esa capacidad de ser descripto por distintas miradas.
exelente ensayo!!!!