Para Marilyn Monroe
- Emilio Sillero
- 21 ago 2024
- 1 Min. de lectura
Marilyn, lo confieso.
Vi la oscura mano de tu asesino.
No fueron doctores ni salvajes soldados,
ni siquiera aquel hambriento marino.
Aquella noche de bruma y dolor,
de intensas y frías explosiones lunares,
cuando se produjo aquel fatídico silencio atronador.
Marilyn, lo confieso: presencié tu muerte con total satisfacción.
No me culpes, cientos de sangrientos demonios asistimos a la congregación.
El febril delirio de Hollywood te aplastó hasta dejarte sin aire.
El sueño de la gloria, del brillo plateado de las cintas de cine,
el de la eternidad fantasmagórica y trascendental de los fotogramas,
el de la profunda oscuridad de los finales,
condenados de por vida a volver a empezar.
Marilyn, lo confieso: fui yo quién lo hizo.
Atravesé tu pecho con un puñal emponzoñado
con pensamientos de plomo, sangre de petróleo y retórica fascista.
Moriste abandonada en tu cama de plumas, sumida en el eterno y profundo descansar de las estrellas.
Todos aplaudimos desaforadamente con compasión, lágrimas cristalinas y risas macabras.
El mundo entero ansiaba tu muerte.
Marilyn, lo confieso:
te vi partir, solitaria, oscurecida.
Subiste las sinuosas escalinatas del cosmos.
Te esfumaste en el profundo mar de amor supremo.
Y así, el sueño eterno se disipó en un instante.
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