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La ficción os hará libres

“¿Por qué hacer literatura? ¿Por qué leer literatura? ¿Por qué editar literatura? ¿Por qué enseñar literatura? ¿Por qué insistir en que la literatura forma parte de la vida de las personas? ¿Dónde está eso que llamamos literatura? ¿Dónde debemos ponerla?” - Graciela Montes, La frontera indómita


Estas son preguntas que acompañan a cualquier lector y, especialmente, a todo escritor. Son las mismas que me animan tanto a leer más, como a sentarme a escribir para “Sutura”. Estos interrogantes, valiosos en sí mismos, son el combustible de muchas y deliciosas reflexiones por parte de numerosos autores, por eso hoy, en “La Biblioteca de Sillero”, tengo el gusto de hablar sobre “La frontera indómita”, de la escritora argentina Graciela Montes (1947).


Este libro recopila, en forma de ensayos, una serie de conferencias e intervenciones que abarcan desde 1991 hasta 1998. El hilo que los une es una reflexión clara y sentida sobre todo los temas que enumeramos anteriormente. Creo que esta obra permite que tanto el lector curioso, cómo el estudiante o el profesor puedan “hurgar” e interrogarse acerca de estas cuestiones.


En la columna de hoy voy a enfocarme en algunos ensayos que me gustaron en particular y que creo que resultan de gran actualidad. Tengo que confesar que, más allá de mis intenciones originales, está es una continuación de los temas de la primera entrega de “Marginalia”.



El “placer de leer”: más que un slogan


Hace unos días me crucé en Twitter con la captura de un Tiktok: una chica joven comentaba que, mientras otros se desviven por leer libros sesudos y complejos, ella se daba por satisfecha si la novela que leía tenía enemies to lovers (de enemigos a amantes) y smut (en criollo: porno). No tengo nada contra la literatura mediocre y de mal gusto (no sólo de Borges y de Saer vive el lector), pero no deja de preocuparme cómo algunos quieren hacer pasar la mediocridad y el conformismo por opiniones simpáticas.


En el ensayo “El placer de leer: otra vuelta de tuerca”, la amiga Montes denomina a este tipo de lecturas como “de almohadón”. Se trata de libros adocenados, diseñados para venderse como pan caliente, consumirse en unos días y ser prontamente olvidados; sin tener que temer a la incomodidad. Este no es un juicio condenatorio porque ella misma admite que “devoró” montones de libros de aventuras. 


Pero por más que la pasemos bien por un ratito ¿este es el tan mentado “placer de leer”?


Como estudiante de Letras me moviliza mucho el modo en que la autora desmenuza todo lo que oculta esta expresión que pasa por inocente. Y si bien es una que yo he usado antes y aparece en algún que otro texto que recomiendo, conviene aclarar las trampas que esconde cuando se convierte en apenas un slogan marketinero.


Tomando como ejemplo el soneto “Amor constante más allá de la muerte” Graciela nos muestra como lo verdaderamente placentero está en hincarle el diente a la literatura y no dejarla ir. Darle vueltas por días, semanas incluso, mientras lentamente sentimos que terminamos de entender pero, a la vez, nunca lo hacemos del todo. Eso, y no otra cosa, es el placer de leer.


La frontera indómita


Pasemos ahora al ensayo que da título a la colección. ¿Qué es la “frontera indómita”? A partir de una idea que toma prestado del psicoanalista inglés D.W. Winnicott, Montes reflexiona sobre esa zona que se ubica entre nosotros y el mundo exterior, mediando está relación. Nos habla de un lugar en permanente construcción, cambiante, donde podemos ser genuina y responsablemente libres. Es un espacio que puede ser ensanchado gracias a las palabras de la literatura.


Lejos de ser una exaltación ingenua y melosa, la metáfora de un espacio indómito bajo el ataque de diversas tendencias de la vida contemporánea (la frivolidad, la mercantilización, etc.) da paso a una sentida reflexión. Si la escuela, como institución, tiene que encargarse de transmitir el acervo cultural, ¿cómo podemos transformar la cultura que heredamos en propia? Mediante la experiencia. Pero entonces, ¿cómo puede ingresar dicha experiencia en los alumnos? Con la expansión de esa frontera indómita hecha de escrituras, lecturas y palabras. En palabras de la autora, enseñar literatura no puede significar otra cosa que educar en la literatura.


Pese a las amenazas de la mercantilización, los recortes que impone la enseñanza escolar o la frivolidad, que achatan este espacio tan especial, hay que defender lo poético. Hay una frase de Graciela que es hermosa: “Lo gratuito es siempre un desafío y un descontrol, lo que está demasiado vivo es demasiado peligroso”. Podríamos agregar que, además de gratuito, ese espacio poético es propiedad de todos nosotros.


La Feria del Libro en Buenos Aires, una ocasión excelente para leer, comprar y consumir.

¿Para qué sirve leer?


Esto nos lleva otra vez a la misma pregunta de siempre, una que estoy intentando resolver desde “Zona de suturas” y a la que seguiré dándole vueltas. Acá, Montes ensaya sus propias respuestas: para eso va a su infancia, a la imagen de su abuela que se olvidaba de sus úlceras mientras le contaba cuentos; también recuerda descubrimientos que sucedieron leyendo o yendo a escuelas a hablar con los alumnos o un momento de sosiego, donde un libro le hizo compañía durante una internación. 


Concede que sus motivos son personalísimos: son los que a ella le sirvieron. Pero todos coinciden en carecer de una utilidad “monetaria”: la compañía, los recuerdos, el sosiego, la pausa son cualidades que no se pueden mensurar en dinero. La utilidad de la literatura jamás podrá ser medida en términos de rédito económico.


Al final del libro emerge un recuerdo heredado: el público de una biblioteca popular en los años 30’. Ellos eran en su mayoría inmigrantes (algunos apenas alfabetizados) que se permitían “hurgar” en la cultura ya sea como oyentes de conferencistas que pasaban por ahí, retirando algún libro o intercambiando opiniones con otros lectores. A riesgo de idealizar una época lejana, esta imagen sepia del pasado parece gozar de una salud hoy perdida.


La Biblioteca Franklin, todo un símbolo de la Ciudad de San Juan.

¿De qué modo podemos recuperar esa buena salud, esa curiosidad por “hurgar”? Es justo plantear la pregunta porque no podemos dejar que tanto la falta de curiosidad como la insensibilidad y la indiferencia se vuelvan en cosas de las que estar orgulloso. Aunque tampoco podemos esperar que internet se vuelva un sustituto para experimentar la cultura (sea la local, la nacional o la universal): el optimismo de la red horizontal y gratuita parece haber dado paso a los muros de pagos, los avisos clasificados y la multiplicación del aislamiento (aparte de darle un altavoz a los asnos como nunca), ¿que nos queda?


Este es un buen libro para empezar a indagar la cuestión. No hay que perder de vista que algunos de estos textos fueron formulados por primera vez hace 30 años, la necesidad de perspectiva se impone. Pero, mientras tanto, nos podemos recrear en las páginas de “La frontera indómita”, en su defensa sincera de ese espacio personal e inasible pero real. Hay párrafos y oraciones sobre los que pienso cada tanto y me sirven como punto de partida para mis propias reflexiones, y pueden serlo también para cualquier lector. 



2 Comments


zenrider05051969
Apr 17, 2024

No me imagino una vida sin libros... bella columna

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flor poniz
flor poniz
Apr 17, 2024

Muy bello apartado!! la literatura tiene un espacio muy lindo en mi vida, un rincón donde uno simplemente, es libre.

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